Imre Kertész para la memoria de una lectora desmemoriada by Horacio Contreras

Autorretrato. Appleton, Wisconsin, 2017. Cámara: FED-2. Película: Kodak Tri-x-400.

Una de las preocupaciones de orden vital que me embarga en este momento tiene que ver con la memoria, la mía, que se ha vuelto tan frágil como un papel gastado. No sé ni siquiera si lo que me preocupa es la memoria o más bien la capacidad o la incapacidad para recordar y prolongar recuerdos, hacerlos parte de los pensamientos estables, aquellos a los que uno puede volver con el tiempo. Esto no me pasaba antes y me asusta porque siempre me ha aterrado padecer de olvido. Este nuevo estado de las cosas se manifiesta principalmente con la lectura. No sólo me cuesta recordar lo que leo sino que, cuando interrumpo un libro para retomarlo más adelante durante el día, es como si me sentara con un libro completamente nuevo.

Antes de Kaddish por el hijo no nacido de Imre Kertész, mi lectura actual, leí Sostiene Pereira de Antonio Tabucchi. De este último libro apenas me viene a la cabeza la imagen de Pereira, de su apartamento en Lisboa, la foto de su mujer, ese sitio tan hermoso al que Pereira va para recibir una cura, el muchacho al que ayuda contratándolo como escritor de necrológicas para la sección de cultura que dirigía Pereira en un periódico local, y la novia subversiva de este muchacho díscolo y comprometido con una libertad que no termina de llegar. El final de la historia, que es el punto de mayor tensión de la narración, no lo recuerdo y eso me frustra hasta casi enloquecerme. Es interesante porque recuerdo las sensaciones que me produjo la lectura, pero no la historia leída.

Pensé en combatir esta incapacidad para generar nuevos recuerdos compartiendo algunos de los subrayados que he ido dejando sobre el Kaddish de Kertész. No voy a hacer un resumen del libro (aunque quizá debería). Quiero usar estos subrayados como un soporte para las estructuras malamente (y ojalá que no mortalmente) comprometidas de mi memoria. Como los papelitos que el propio Kertész guardaba con ideas que dejaba por aquí y por allá, o el archivo de citas que en algún momento asegura tener, creo (y subrayo aquí el creo porque realmente, genuinamente, quiero creer), que la vieja tradición de alimentar un archivo de citas como parte de la experiencia de la lectura debe ayudar al fortalecimiento de la memoria. (Aunque no quiero ir hacia esa discusión, es cierto que el acceso rápido a la información que permite el internet tiene un impacto importante en la capacidad que tenemos de almacenar información por nuestros propios medios. Recordar, por lo tanto, se convierte en una función de la máquina -otra-, de algo externo).

Vista de la Bahía de Monterrey desde Santa Cruz, California. 2023. Cámara: Pentax ME. Película: Lomography LomoChrome. Revelado de San Francisco PhotoWorks.

Así pues, mientras pienso en volver a las citas, a las marcas que uno va dejando sobre las hojas leídas para usarlas a mi favor como parte de una terapia contra el olvido, me empieza a gustar la idea de mostrarse uno así, de exhibirse, desde las parte de un todo-ajeno en una época donde el triunfo tiende a apostarse del lado de las obviedades. Esas frases escogidas sí que revelan algo muy íntimo acerca de la vida interior de quien lee como, por ejemplo, dónde pone su atención el lector, en qué párrafo se vio reflejado a sí mismo (o a un otro que sólo podemos suponer), o el lugar de las emociones señalado por el índice que es el subrayado. En este caso, quien cita y señala es quien escribe este texto, y aunque lo importante aquí es leer para recordar a Kertész, sé que este archivo también me revela a mí (pienso en un cuarto oscuro), más allá de la búsqueda confesa de un último recurso para prolongar la permanencia de las ideas (después recuerdos) en esta cabeza.

Estas son algunas de las citas del Kaddish de Kertész que quisiera hacer permanecer. Con la esperanza de lograrlo, transcribo:

Sí, así la veo ahora, en mi gran noche que todo ilumina, en mi noche alumbrada por relámpagos, y también en mi noche oscura que mucho más tarde me cubrió: I wonder why I spend my lonely nights dreaming of the song… and I am again with you, silbo, asombrado por el hecho de estar silbando aquella Stardust Melody que siempre silbábamos, aunque ahora ya sólo suelo silbar Gustav Mahler, única y exclusivamente Gustav Mahler, Novena Sinfonía. Noto, sin embargo, que este detalle es del todo secundario. Salvo si alguien conoce por azar la Novena Sinfonía de Gustav Mahler, a partir de cuyo estado de ánimo podría sacar conclusiones con toda razón y fundamento respecto a mi actitud psíquica, si es que siente curiosidad por ello y no le bastan mis manifestaciones directas, de las cuales, claro, también pueden sacarse las conclusiones pertinentes. When our love was new and each kiss a revelation. (p. 36).

quizá consideraba la escritura una huida (no sin cierta razón, tal vez quería huir en otra dirección, a una meta diferente de aquella hacia la cual, de hecho, huía y continúo huyendo), una huída, digo, y hasta una salvación, la salvación de mí mismo y. a través de mí, de mi mundo material y además, para usar grandes palabras, espiritual (...)”. (p.40).

Cómo puede el hombre decidir contra su destino. (p.41).

Tu no-existencia como liquidación radical y necesaria de mi existencia (p. 42).

con esa ceguera decidida que no nos permite ver en el instante la continuación, en el azar la lógica, en el encuentro la colisión de la cual uno al menos saldrá hecho un amasijo. (p.43).

me dio a entender que yo me encerraba en una cárcel en aras de mi libertad. (p.70).

Descubrí que escribir sobre la vida equivale a pensar sobre ella, que pensar sobre la vida equivale a cuestionarla, y que sólo cuestiona su propio elemento vital aquel a quien este elemento asfixia o quien de alguna manera se mueve en él de un modo contrario a la naturaleza. Descubrí que no escribo para buscar la alegría sino todo lo contrario: que por medio de la escritura busco el dolor, el dolor más intenso, casi insoportable. seguramente porque la verdad es dolor, y la respuesta a la pregunta sobre qué es el dolor, escribí, es muy sencilla: la verdad es lo que consume, escribí". (p. 104)


Escribí este comentario en mis notas a principios de julio: Kertész escucha la Novena sinfonía de Mahler, que es una obra que tropieza con la muerte por todas partes y que tiene relación con el Kaddish si se vincula con la historia de vida del propio Mahler, la muerte de su hija, el fracaso de su matrimonio y, del lado de Kertész, con el hijo no-nacido que es el pre-texto de la narración, y la ruptura matrimonial del narrador. Esto, para no mencionar la relación de Kertész con el judaísmo, que exigiría un comentario mucho más largo y responsable, y que yo no me siento capaz de hacer. De cualquier forma, el leitmotiv de su esposa, o ex esposa y del hijo no nacido, del bolígrafo como una pala, de la tumba que se cava en el cielo, la Shoah a pesar de la Shoah y más allá de ella, que aparecen circularmente con algunas variaciones, no solo sirven para darle cohesión y contundencia al discurso, sino también para develar ese estado trágicamente obsesivo y agónico del ser sufriente.

Voy al abasto. Lo típico: aguacates, cambures, uvas, tofu y fajitas de maíz. Agarro mi teléfono y busco la Novena de Mahler en Spotify por la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles (la versión de Dudamel). Es -parte- de la dimensión sonora de la narración. Tiene todo el sentido del mundo. Pero Kertész también cita otro texto musical, esta vez con letra: Stardust, que escucho en la versión de Nat King Cole. Me encuentro aquí con un nihilista que nunca llega a serlo del todo, alguien que trata todavía de encontrarle un sentido a esto sabiendo que no lo tiene, pero trata, sin poder controlar ese espacio suyo donde todavía gobierna el deseo. Entiendo, sí, que la escritura es, al mismo tiempo, una forma de huir y una cárcel.

Los muertos by Horacio Contreras

Magus bookstore. Seattle, WA. 2022.

Me aburren las obviedades. Las mías incluidas, claro. Tardé una década en darme cuenta de que lo mío era la soledad y los gatos, la soledad y los muertos, la soledad determinada por los espacios de silencio entre el piloto que prende la calefacción, el recuerdo del silencio y, finalmente, el silencio otra vez. Antes de la calefacción fue la constancia del noneo del ventilador o, cuando llegaron lo apagones, el suspiro colectivo del hartazgo. Es decir, la obviedad de la rutina para escapar de la obviedad social, para enajenarme de la obviedad personal, individual.

El respeto por el silencio -cosa tan rara en estos días. Unos lugares que se dedican a acumular palabras, a vender palabras -las librerías, quiero decir. En ese atropellamiento de palabras, que podría ser caótico y no lo es, el silencio. Bajo la guardia y me entrego, siempre y casi sin condiciones; aquí sí, todo lo que aquí se hace, todo se vale. Uno tras otro, las contraportadas, las texturas, las biografías cortas, el puteo al malparido(a) que tomó esa foto por la que yo habría matado y, mientras la envidia me mata, el asombro. Los precios son un arte, escritos a lápiz y con esa rayita extraña al final y que quiere decir que no hay céntimos después, que es un número redondo, escapándosele, escurriéndosele al odioso .99 tan de moda en una época. Sí. Esto es lo que es. Esto y nada más. Y no es mucho. Y lo es todo.

Recycle bookstore. Denton, TX. 2023.

Ya nadie tiene que decirme a dónde ir. Mi lugar está casi siempre al fondo, en el último piso, en el sótano, en el rincón al que se llega cuando se ha dejado atrás todo lo demás. El polvo de la última sección es otro: esa capa de piel gruesa que casi nadie limpia, cuida y quiere, porque casi nadie visita (este es el lugar reservado a las lenguas bastardas. Mi reino de este mundo). En otras latitudes, donde la bastardía es la regla, los espacios estaban delimitados por categorías que aquí están reservadas. “Español. Spanish”: la etiqueta genérica.

Esta es la vida que yo escogí y lo hice muy pronto, con plena conciencia de que lo que yo quería era estar sola. Sí, me confundí en una época cuando la soledad escogida se confundía con la impuesta. Yo escogí leer porque quería vivir entre muertos, entre palabras mudas, en espacios donde, lejos de lo que se piensa, la quietud puede con las superficies.